Como dijo Jesús al gentío: «Está escrito en los profetas: Serán todos discípulos de Dios» (Jn 6, 45) Todos somos llamados; no hay excepción. Todas las personas tenemos que responder a una llamada, a Su llamada. Y para ello tenemos que escucharle, como también dice: «Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí».
Nuestra respuesta va a depender de que le escuchemos y de cómo le escuchemos, con qué actitud, con qué sentimiento: con miedo o con confianza, con disponibilidad o con reserva…

Él quiere que seamos sus discípulos, pero no nos obliga, nos da la libertad de hacerlo o no. Por eso, muchas veces recuerdo la expresión libremente y por amor que tenemos en nuestro libro las Hijas de la Cruz. Y el punto es el siguiente: En respuesta a esta llamada, libremente y por amor, elegimos vivir el Evangelio.
Todo discípulo tiene que vivir y proclamar el Evangelio, la Buena Nueva del Amor de Dios y hay muchos modos de realizarlo. Todos somos capaces de hacerlo: casados, solteros, religiosos, sacerdotes… Todos los que escuchamos al Padre, nos sentimos contagiados de su amor y llamados a contagiarlo a los demás, a vivirlo con los demás.
Señor, cada mañana aquí vengo a escucharte. Reconozco que no tengo todos los días la misma atención, pero siempre queriendo seguir aprendiendo de ti y así, poder seguir creciendo como discípula tuya.
Gracias por confiar en todos para ser tus discípulos y discípulas.