La verdad que verte en la Cruz me cuesta.
Ver tu cuerpo ensangrentado,
colgado en una altura que me supera
con dificultad de ver tu rostro
y lo poco que veo, expresa dolor…
Me cuesta mirarte fijamente…
Una vida entregada a los demás
que termina siendo abandonada,
que nadie tuvo el coraje de defenderte y que,
seguramente, si hubiera estado yo allí presente
habría reaccionado igual,
me habría escapado.

Tu rostro está dolorido.
Me siento culpable… me siento culpable e impotente.
A la vez, me vienen personas a mi mente:
las perseguidas por hacer el bien…
las que sufren la violencia, la guerra…
las maltratadas, abusadas, humilladas…
las que carecen de alimento para seguir viviendo…
y tantas que hay crucificadas y están abandonadas,
sin gente que les ayude.
Reconozco que la distancia física y el no saberlo
me puede justificar que no las auxilie pero…
¿cómo actuaría yo en diferentes situaciones delante de ellas?
Vuelvo a mirarte y te veo con más nitidez
Me pones una mirada de misericordia
y me impulsas a seguir amando
a pesar de mi fragilidad.
Gracias, Jesús, por tu amor sin límite.